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10 de octubre de 2007
Matito escribe: Sonidos subterráneos Las monedad de diez y veinticinco centavos cayeron de su bolsillo y el ruido metálico atrajo la atención de varios transeúntes y, en especial, de un flaco escuálido, barbudo y con ojos llenos de venitas rojas, que tocaba con un saxo música de jazz. Hacía mucho calor en los túneles de la línea A subterránea, Buenos Aires no le escapaba al calentamiento global. Vanesa juntó una a una sus moneadas mientras una gota de transpiración se desprendió de su frente y reventó en un boleto usado y pisoteado. Puteaba para sus adentros por el imprevisto y por el calor de invierno, que la obligó a sacar la musculosa marrón del cajón, y ni siquiera tuvo tiempo de darle una repasada con la plancha. El saxofonista le miró el escaso escote y el corpiño negro, y volvió a sus menesteres artísticos. Apuntó su instrumento hacia la mujer (por alguna razón intuía que se llamaba Vanesa) y comenzó a soplar, a mover los dedos con oficio y habilidad, desprendiendo música para cada una de las personas sordas que pasaban por el frente. Y le tocaba a Vanesa. Las yemas acariciaban el cuerpo tibio y húmedo por la condensación, y en cada resoplido planeado seguido de la caricia profesional expelía una nota alta que se parecía tanto al lamento sensual de un alma enamorada. Una moneda rodó hasta la suela del zapato del artista, que cerró los ojos para compenetrarse aún más con la sonoridad de su música. Vanesa jadeaba, por el calor, o por la vergüenza de sus palabras momentos antes de que la costura traicionera de su bolsillo cediera al peso del dinero. “No tengo monedas”, le dijo al músico. Unos pasajes de música treparon por la espalda de la mujer y le acariciaron debajo del bretel izquierdo, justo donde tanto le gustaba. Sintió como su cuerpo respondía al impulso natural del erotismo, los poros se abrían, los bellos se erizaban, los pezones se endurecían mientras el saxo le acariciaba el cuerpo y el alma. Esperó en cuclillas que el flaco de barba despareja terminará la pieza musical, sin preocuparse por la transpiración que se juntó en su frente y nariz y el auge exhibicionista de sus pechos a través de la remera de algodón. Se miraron. Se entendieron. Se intuyeron. Se odiaron y amaron. Explotó el orgasmo. Nadie reparó en ese momento íntimo, nadie ve una sola hoja de un árbol. Vanesa quiso sonreír pero su cuerpo le respondía a otros comandos del sistema nervioso autónomo. El flaco la miró a los ojos unos segundos y volvió a su instrumento. Posó sus labios en la boquilla e inhaló aire que sería música. Vanesa apretó la moneda en su palma y movió sus labios, pero ningún sonido salió de allí. El músico levantó la vista y solo dijo dos palabras. “Sonny Rollins”. Y empezó con un tema nuevo. Ella soltó la moneda en el estuche y continuó su camino al trabajo. --- Sísifo escribe: Verano La mujer se sentó, con lentitud, emanando una paz que contrastaba con la histeria y la velocidad actuales. Se acomodó, y sus dedos cayeron y fueron notas. Suaves y fuertes, grandes y pequeñas, pausadas y rápidas, sus dedos iban y venían dibujando obras maestras sobre un lienzo invisible. Los silencios eran tensos y aquietantes, los movimientos desacomodaban al alma, la revolvían y la volvían a su lugar, un poco cambiada. Cada nota era una modificación, el alma sufría una metamorfosis, quizá grande, quizá mínima, un cambio de estado, una diferencia sobrenatural. Las notas cesaron, y los aplausos coparon el escenario. Yo no aplaudía: mi obnubilación no me lo permitió. Afuera la brisa me cambió la expresión. Una suave caricia fría me tocaba la cara y me obligó a cerrar un poco el sobretodo y comenzar a caminar. Deje atrás dos cuadras poco interesantes (excepto en un paraje en donde un acordeonista ofrecía monedas a cambio de Piazzolla) cuando me detuve en una esquina poco iluminada. A lo lejos divisé una figura conocida, femenina, y particularmente reciente. Comencé a seguirla y a medida que me acercaba me di cuenta que se trataba de la pianista. Sintiéndome un tanto delincuente por perseguir a la dama, mantuve una distancia constante entre sus pasos y los míos. Los sonidos se fusionaban e intentaban conformar una melodía. Una urbana melodía compuesta por dos desconocidos, en forma totalmente ajena y para ningún espectador. La muchacha se detuvo un momento frente a una puerta. A una cuadra de distancia, la imité y me recosté sobre el portón de un garage oxidado, el cual sonó como un monstruo de metal despertándose de su sueño. Ella escuchó el metálico rugido, y buscó con su cabeza la procedencia del grito. Con una tensión extraña y movimientos delicados, me aplasté contra el portón, intentando eludir su mirada. Luego de un momento espié, y ya nadie esperaba frente a la puerta de la casa de la pianista. Caminando lentamente me acerqué, me paré frente a la puerta sin saber muy bien por qué me encontraba allí. Estuve un rato decidiendo qué hacer, calculando posibilidades, midiendo probabilidades. Al fin resolví tocar a la puerta, contarle que había presenciado su interpretación del Claro de Luna de Beethoven, y felicitarla por su increíble sensibilidad. Sólo eso, y seguiría mi viaje. Pero cuando mi puño se acercó a la puerta para llamar, el picaporte se movió, la puerta giró y detrás de ella apareció la pianista. Nuestros ojos se encontraron y no pudieron soltarse por un momento. Estaba paralizado, algo interior contraía todos mis nervios y mis impulsos. Quise decir algo, quise hablar pero mis labios se negaban a moverse. En el momento en que de mi boca atinaba a salir alguna palabra, la mujer posó su dedo sobre mis labios, callándome de una manera muy efectiva. Entré al pasillo, cerró la puerta, y caminó lentamente hacia una habitación. La seguí, imitando sus pasos, dándome un permiso que ya estaba implícito al momento de habernos visto tan profundamente a los ojos. En la habitación había un obvio piano. Se sentó, colocó una partitura en el atril. El título rezaba “Comptine D'Un Autre Ete, Yann Tiersen”. Antes de que comenzara a tocar, mi cuerpo ya experimentaba ese suave y extraño placer que se siente cuando sabemos algo que nos conmueve está por ocurrir. Sus dedos cayeron y fueron notas. Suaves y fuertes, grandes y pequeñas, pausadas y rápidas, sus dedos iban y venían dibujando una obra maestra sobre mi cuerpo. No necesitaba tocarme, no necesitaba besarme, la melodía hacía todo el trabajo. Los silencios eran tensos y aquietantes, los movimientos desacomodaban mi alma, la revolvían y la volvían a su lugar, completamente cambiada. La metamorfosis fue grande esta vez. Mis músculos habían cambiado, mi mente se había trasladado hacia otra dimensión y el ambiente era distinto. El círculo musical se cerró, la melodía ya nos había envuelto, y el destino era irreversible. Sus dedos no fueron más notas, pero fueron piel. Sus manos no se movían generando música, pero creaban formas en su pelo, en mi pelo. Sus ojos no se cerraban disfrutando el placer de la música, pero se encontraron con los míos, moldeando nuestros rostros. El amor fue una analogía al éxtasis musical que hacía poco tiempo había disfrutado; y hasta en un punto me pregunté si ambas cosas no eran exactamente lo mismo expresado de mas de una forma. Y mientras jugábamos con la metáfora musical, mi mente recordaba su imagen sentada frente al piano, sus dedos cayendo, siendo notas, el verano sonando, el corazón latiendo.
24 de septiembre de 2007
Matito dice: PRIMERO: Hablar de un artista es difícil, partiendo de la base que el periodismo de rock es el género menos objetivo dentro del periodismo (y no me voy a meter con la paradoja de la existencia o no de la objetividad dentro de un escrito, que es una falacia por antonomasia). Por eso, al referirse a un artista entran en juego muchos elementos pequeños que condicionan a quien escribe, que lo aboca a una mera reflexión de los gustos. Por ejemplo, pueden hablar maravillas del punk rock y asumo que existen obras mayores dentro de ese nicho musical, sin embargo no he encontrado una canción que me guste. SEGUNDO: Sobre gustos hay miles de páginas escritas, el periodismo de rock es un gran aglomerado de opiniones paridas desde el gusto propio del periodista, el periodismo de espectáculos (en especial la crítica de cine y teatro) esta empapada del gusto del ojo observador, así como el periodismo cultural. Así que la frase “sobre gustos no hay nada escritos” puede dejar de circular de una buena vez. TERCERO: Encaramos este post con la idea de reseñar un tema. Solo uno, lo cual en primera instancia puede parecer sencillo. Contaré una intimidad: en mi cuarto hay alrededor de doscientos compacts de música, sumados a la misma totalidad que hay en mi carpeta de piratería musical, suman por lo menos cuatrocientos discos. Calculando un promedio de doce temas por disco llegamos a un total de cuatro mil ochocientos temas, sin contar con todos los que son discos dobles, o la colección de discos de jazz, que superan en su amplia mayoría los veinte temas por cd. A mi se me hizo difícil la selección. CUARTO: Descocado, angustiado por la búsqueda, repasé en mi mp3 las canciones selectas para acompañarme a diario, con la franca confianza que allí residía mi respuesta. Pero no, no fue así. Las ochenta y pico canciones me gustan mucho, no lo puedo negar, pero no tienen esa nota que resuena en mi alma, no está eso que me emociona. Hasta que, escuchando un disco que jamás hubiese considerado como una primera opción (o como una opción simplemente) llego la respuesta. QUINTO: Jack Johnson tiene una vida envidiable. Vive de su música en un país tropical, escribe para su hijo, hace canciones dulces que no molestan a nadie y practica surf. Lo que se dice, una existencia sin sobresaltos. Sin embargo escribió una canción que me tocó el alma. Se llama “Cupid”, del disco “On and On”, y dura solo un minuto con cinco segundos. Solo guitarra y Jack, letra y significación, canción y oyente. Tiene urgencia pese a que no levanta jamás el tono de voz, es una canción de reclamo, es una maravillosa obra que nunca trascenderá del espacio que le fue dado en aquel disco. Entonces recordé porque me despertó tanto entusiasmo al oírla. En abril de este año viajaba a las ocho de la mañana en el tren, línea Sarmiento, desde Ramos Mejía a Capital Federal. Estaba molesto, llegaba tarde, iba apretado entre veinte personas y tenía mucho calor y sueño. Estaba de mal humor. Ni bien llegué a Once escuché ese tema (que en aquel momento formaba parte del mausoleo de mi reproductor de mp3) y me alegró el día, la caminata hasta el shopping Abasto donde me esperaban más de doce horas ininterrumpidas de labores como crítico de cine. Y esa canción me salvó el día. SEXTO: Me parece que el criterio de elección, arbitrario como se merece una elección de estas características, variará en otro momento de mi vida, o mañana, o nunca. Lo bueno es que existen miles y miles de canciones dando vueltas que nos repercuten en el alma. Larga vida a esa otra música. ---
Sísifo dice:
Hoy voy a hacer un poco de trampa, y voy a escribir después de haber leído el post de mi primo-amigo-compañero de blog, avisando que coincido casi a la perfección con los puntos uno y dos de su escrito, lo cual reduce un poco la longitud del que yo estoy escribiendo en este momento. Mi carpeta de música en mi PC tiene en su interior unos dieciséis mil temas (debo reconocer que en realidad, sólo debo haber escuchado unos diez mil de ese total) lo cual hace de esta elección una empresa de proporciones paleontológicas. Pero, en vez de escuchar y revolver, decidí hacer la elección de una forma pasiva: seguir escuchando música normalmente, con cierta displicencia incluso, hasta que me descubra a mi mismo totalmente internado en una canción, y así, de forma totalmente subjetiva y dictatorial, elegir el tema e intentar descubrir lo que esa canción me generara. El tema en cuestión vino a mi mente desde un disco que fue la banda de sonido de una de las películas más bellas que he visto en mucho tiempo. Muchas veces cuando un film es tan absorbente uno suele prestarle menos atención a ciertos detalles, siendo la música uno de ellos, (que en realidad no es detalle, sino algo harto importante). Aquel buen oyente que haya visto la película recordará que la música de Le Fabuleux Destin D'Amelie Poulain, compuesta por Yann Tiersen, es una obra maravillosa y con un sentimiento que pocos discos tienen. Es uno de esos soundtracks que pueden escucharse sin conocer el film, como obras totalmente independientes. Como cuando uno despierta de golpe de un sueño al cual recuerda, así desperté de la hipnosis musical que me produjo una canción, bastante corta, de unos dos minutos. Dicha canción es una composición para piano, sólo piano, llamada “Comptine D'Un Autre Ete”. Si tuviera que enumerar que características del tema hacen que me guste tanto no creo que pudiera hacerlo. El sonido del piano es de por sí suave e intrigante, la melodía viene y va, una vez grave, otra vez más aguda, y las notas se escapan del piano como pequeños latigazos a la mente, al alma. Es una canción que me llena de un sentimiento extraño, me deja tenso y contento a la vez, animado y desdichado, alegre y triste, todo junto y paradójico, todo en una sola sensación. Incluida en el medio de una obra tan maravillosa como la banda de sonido de Amelie, “Comptine…” puede parecer sólo una pista más, pero para mis oídos es una pequeña colina distintiva de las demás canciones del disco, maravillosa en su forma, hermosa en su melodía y atrapante para el oído. Y en este punto también coincido con mi primo: esta elección seguramente variará con el paso de los días, y es probable que dentro de un tiempo me de cuenta de que podría haber elegido otro tema, otro que no escuché en ese momento justo, y que hubiese modificado mi decisión de manera arbitraria. Y todavía me quedan unos seis mil temas inexplorados que esperan ser escuchados en algún momento de mi vida. Y estoy muy seguro de que me sorprenderé muchas veces como para cambiar mi elección a medida que la música, esa otra música, se cuele en mis oídos.
13 de septiembre de 2007
Matito dice:
Lo primero que surge de la versión que este grupo de voces sin instrumentos realiza sobre el álbum “Dark Side of the moon” es sorpresa. Estamos, señoras y señores, ante la epitome del concepto “conceptual” (valga y perdonen la redundancia). Todos saben que el disco de Pink Floyd es uno de los puntos cumbres de la música unida por el hilo conector de un concepto. No hablamos de simple música, es una obra de arte que mezcla la música para contar una historia, reflexionar sobre la vida, con sonidos cotidianos como relojes o campanas o monedas, con voces de un viejo que dice cosas al parecer incoherentes, pero cargadas de una significación enorme. De golpe pocas cosas parecían música, música era ESO. Por eso, al igual que pasa en el cine con las remakes de películas gloriosas aggiornadas al nuevo canon estético vigente, hablar de una nueva versión de un disco entero (no un tema, sino la obra completa) es una apuesta arriesgada. Piensen esto: los Floyd ya lo dijeron todo en su momento con “Dark Side…”, desde la música al estilo de grabación, pasando por el arte de tapa. Es una de esas cosas que no van a volver a pasar. ¿Era necesaria una nueva versión? Citemos dos fallidos intentos: “Dub side of the moon”, versión reaagge donde toda magia muere en los acordes de esa música. El álbum pierde urgencia y opresión, se convierte en una excusa para pasarla bien nada más. Y “Bossa´n Floyd”, que, si bien no reversiona todo el lado oscuro de la luna, convierte la discografía “floydiana” en canciones para telos baratos y salas de espera de consultorios. Y ahí aparece “Voices on The Dark Side”, enarbolando la bandera de los que poseen buenas ideas, haciendo un disco conceptual de un disco conceptual, acaparando la paradoja inherente a su proyecto y eliminándola, creando algo nuevo a partir de algo que nunca dejó de serlo (prueben sino de escuchar Dark Side en distintos momentos de sus vidas, es un álbum que va creciendo día a día en su nicho de cd, vinilo, cassete o mp3). “Voices…” no es mejor o peor que su base tomada de Floyd, es distinto, es mágico, es una nueva sensación, es, tal vez, lo que Roger Waters y compañía quisieron mostrarnos en su momento y nadie entendió: si se hace un disco conceptual es para que no se tome como algo chato que muere al terminar el segundo final del último tema. Ese instante es el comienzo de algo nuevo, es para que lo usemos, es para que convirtamos esa música en algo nuestro. Perdonen la exageración de estas líneas, demasiadas palabras juntas. “Voices on The Dark Side” no merece una reseña, merece ser oído porque ninguna de las sensaciones que tengo yo al oírlo tal vez lleguen a ser las mismas que las suyas. Y si pensaban que el tema original “The Great Gig in the Sky” era la metáfora musical por excelencia del acto sexual en el álbum “original”, lo que hacen en “Voices…” es una orgía, todo tan sensual, todo lleno de magia que corrompe cualquier mala experiencia que se haya tenido y culmina en un orgasmo que desemboca, indefectiblemente, en “Money”. Porque tanto “Dark side…” como “Voices…” no son canciones solamente, son componentes que forman un todo. Una obra conceptual, que mas decir. ---
Sísifo dice:
Uno suele ser bastante conservador con los discos y bandas que ama, y tiende a adueñarse de sus interpretaciones, de sus creaciones y a creer que son inamovibles. Sólo se puede acceder a una reversión cuándo esta proviene de la misma banda y hasta en esos momentos suele ser uno displicente y contradictorio. Lo mismo me ocurrió cuando descubrí Voices On The Dark Side. Sin haberlo escuchado aún, creía que iba a ser una versión de las tantas que intentan remontar un disco desde la magia de otro y terminan enterrando sus versiónes en un fango pegajoso, del cual no se sale más. Puse el disco, me senté a escucharlo tranquilo. Y durante casi 50 minutos creí que me habían inyectado algo, una emoción, pura, casi (no exactamente) la misma que experimenté la primera vez que escuché Dark Side Of The Moon de Pink Floyd. “Voices On…” es un disco tan lleno de luz como el original del cual nació. Las voces fluyen, van y vienen, en una marea musical gloriosa. La calidad de las entonaciones, la polifonía y los juegos de baterías vocales hacen de este disco una verdadera maravilla. Pero todos estos datos son mas técnicos que lo que el disco genera. Los temas entran en uno y se van, dejando una pequeña erosión, que será retomada por el siguiente y así. La conceptualizad del disco se mantiene, y nos sigue contando lo mismo, y nos sigue maravillando y tocando ciertas partes de nuestra alma, nos mueven y movilizan. Si bien uno no puede dejar de recordar el disco original a medida que va pasando “Voices On…”, este recuerdo no es perjuicioso, sino que nos permite darnos cuenta cada vez más de cuan bien está hecho el traspaso de un disco con instrumentos a uno puramente vocal. Y esto casi me hace pensar en que la música va mas allá de quien la interpreta, sino que es bella por sí sola. Los genios creadores de “Dark Side” dieron fruto a un disco que es mágico por sí solo. Si bien hubo versiones para el olvido, esto no significa que el disco sea malo, sino los intérpretes de la versión fallida. Y gente talentosa como los de “Voices On…” son los capaces de tomar la materia prima musical, derivarla, cambiarla, cambiar sus ingredientes sin alterar su esencia y lograr un disco excelente. La obra es una de esas que deben escucharse, no sin antes escuchar el original. Para entender la cronología, las ideas, las diferencias. Las comparaciones están mas allá, son cosas disímiles, distintas; pero iguales, comparten la esencia de su creación, la movilidad de los temas, la poesía de la lírica, y el toque psicodélico que siempre caracterizó a la banda. Mas allá de que Pink Floyd es una (sino la principal) de mis bandas favoritas, este disco es uno de los que más me sorprendió en estos últimos años, considerando aún más que es del año pasado y que hace tiempo que la escena musical actual no nos brinda de un disco tan lleno de magia como este.
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Artista: Voices On The Dark Side Album: Dark Side Of The Moon A Capella
01 - Speak To Me/Breahte 02 - On The Run 03 - Time 04 - The Great Gig In The Sky 05 - Money 06 - Us And Them 07 - Any Colour You Like 08 - Brain Damage 09 - Eclipse
7 de agosto de 2007
Matito dice:
Vi a Frank Zappa por primera vez en el cine asignado del complejo cultural San Martín, en el centro porteño. Cubría en abril pasado el festival de cine independiente (BAFICI) y me sorprendió que exista una película con el nombre de “Frank Zappa´s 200 Motels”, así que me fui con el pase de prensa y fui a ver que historia había con este petiso de bigotes raros. Flash back, junio del 2005, aburrido de escuchar siempre lo mismo voy y me compro “The man from Utopía”, de Zappa. Era uno de esos tipos a los cuales uno había oído nombrar pero que pocos habían oído de verdad. Me aventuré, y al principio no me quedé conforme. (Una traducción mesurada de “esto es una mierda”, con perdón del exabrupto) Con el tiempo fui tomándole el gustito, un personaje irónico para el medio, con letras psicodélicas y esa chapa de anti estrella. Vuelta al 2007, vuelta a Zappa, al cual había abandonado en el 2006 como quien abandona un capricho momentáneo ya satisfecho. El documental es, en lo más llano de la expresión, un delirio. El músico aparece escasos minutos de la película, y el resto Ringo Starr (si, ESE Ringo) lo personificaba. Aparece Keith Moon, baterista fallecido de The Who, personificando una monja excitada, y el fabuloso grupo de Zappa, “Mothers”, los verdaderos protagonistas de la película. Y esta cinta, en si, retrata la vida loca en una gira. Los pueblitos perdidos de norteamérica (así, sin mayúscula, ya se creen demasiado como para seguir agrandándolos), las groupies, el alcohol y la droga. Una película que hace del término psicodélia una exacerbación. Una maravilla a todo color con una ópera musical que le regala siete minutos a tema “pene” y sus diferentes acepciones. Una guasada, una burrada técnica, una obra maestra a la larga. No voy a recomendar en estas líneas que escuchen tal o cual disco de Zappa, los hay muy buenos, los hay pésimos, pero no es un artista al cual se lo ame por un solo disco. Aconsejo la variedad, que nunca es mala, allí reside el gusto. Y Frank Zappa es un gusto adquirido. ---
Sísifo dice:
Zappa es sin dudas una de las grandes figuras del rock que ha sido puesta un poco de lado. Si bien en el ámbito musical, la sombra de Zappa siempre estuvo presente; fue una figura un tanto antipopular, asi como su música y su forma de expresarse por esta vía. La música de Zappa es algo distinto, algo peculiar. Su rock, que a veces toma bases del blues, a veces del jaz y a veces es imposible de encasillar en un estilo, es uno de los tantos aportes importantes a la cultura musical rockera. Lleno de matices, con muchos instrumentos y el virtuosismo de sus músicos, Zappa es un artista que no debe dejar de escucharse. Mi primera aproximación a Frank fue cuando escuché "Hot Rats" un excelente disco, uno de los más celebrados, que tiene aquella memorable pista "Willy The Pimp" con una entrada de violín sencillamente fascinante y un solo de guitarra asesino y lleno de poder, una joya dentro de la cultura Zappa. El disco abre con "Peaches In Regalia" un instrumental que se abre a la psicodelia dentro de una estructura garantizada y concisa. El resto del disco es muy bueno, con muchos minutos instrumentales y mucha Zappada (una redundancia excepcional). "The Gumbo Variations" una pista de casi 17 minutos, es un tema gradual, que sube y varia (como el nombre lo indica) a medida que crece pro sobre la melodía, terminando con una especie de éxtasis intuitivo, un final abrupto que deja el tema bien cerrado. "It must be a Camel" la última pista del disco, es un Jazz potente, con accesos lujuriosos de distorsión, y mucha disonancia como Frank sabía lograr. Mas allá de este excelente disco, la vasta obra de Zappa es realmente un nuevo universo. Uno cree que ya ha escuchado a Zappa hasta que nos llega un disco que no conocía y vuelve a sorprender. Conocer, comprender y apreciar a Zappa lleva su tiempo, su pàrticular creación es tan única que puede parecer obtusa y facilista al principio. Pero cuando afinamos el oído, y descubrimos la magia en su música, resulta un artista imposible de dejar de escuchar.
30 de julio de 2007
Matito dice:
Philip Glass es distinto. Las bandas de sonido de las películas se pueden clasificar en dos tipos: aquellas que reúnen canciones ya editadas por diversos artistas y se compilan dentro de la atmósfera de la historia que se cuenta en pantalla (cierto que algunos temas pueden ser compuestos en exclusiva para esa ocasión) o pueden ser instrumentales originales. Existen varios compositores de primera línea, que han hecho bandas sonoras muy exitosas, como John Williams, autor de las dos trilogías Star Wars, E.T, el extraterrestre, Tiburón, y un infinito etcétera. O Danny Elfmann, fetiche de Tim Burton y creador de la apertura de Los Simpson, allá por finales de los `80. Glass es respetado en el ambiente, no es tan renombrado como otros, porque sus trabajos rozan la intimidad del oído, es tan cercano a las emociones más potentes (ergo, aquellas indescriptibles) con sonidos mínimos, pocos instrumentos, demasiada ambición. La banda de sonido del film "The Hours” tiene todos estos elementos y uno más que lo distingue: no parece la banda de sonido de una película. Este disco excede las propias expectativas de un recopilado. A diferencia de la música de Indiana Jones, que solo puede enmarcarse en esa película, Philip Glass consiguió llegar a otro nivel. Y con un piano nostálgico y ambiguo como gran protagonista. Un disco ideal para la reflexión, la verdadera escucha. Te hace ver figuras que antes no veías, aporta magia. Y esa es una de las cualidades de la buena música.
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Sísifo dice:
Cuando escuché por primera vez la banda de sonido que Philip Glass compuso para la película "The Hours" senti algo extraño y hermoso. Era algo que nunca había escuchado. Melodías minimalistas, pequeñas obras de arte que suben y bajan, se encuentran y desencuentran; van de un lado para otro tejiendo una atmósfera a veces pesimista y otras veces optimista que cautiva y atrapa. Es un disco vivo, se mueve entre nosotros y nos muestra y refleja cada uno de nuestros sentimientos. La separación en temas es casi algo canónico: todo el disco es una gran obra con variaciones, repeticiones, entradas y salidas. Siempre manteniendo un estilo clásico, las composiciones parecen modernas y renovadas. Es un disco fresco y extraño. En temas como "Morning Passages" (uno de mis favoritos), la melodía viaja lentamente y se repite, se regenera, los instrumentos parecen ir tomando protagonismo solista hasta que, al final, se juntan y conforman una masa toda que gira por sobre la melodía principal para luego volver a una pequeña discución que de apoco se va disolviendo. En "I'm Going to Make A Cake" (otro de mis favoritos del disco) un colchón de violines le da reposo a unas suaves y simples notas de piano que divagan, aparecen un instante y se desvanecen, hasta que luego los violines resuelven solos el problema, liberándose la nostalgia con una melodía que se escapa lentamente. Glass logró algo único con esta obra. Introduce conceptos pocas veces vistos en la escena neo-clasicista y logra ambientes pocas veces escuchados en otros compositores. Esucharlo atentamente, disfrutar de sus temas y sentir como todo concluye al final es una muy bella sensación. Philip Glass es, sin dudas, un compositor que no debe quedar sin escucharse.
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Artista: Philip Glass Album: The Hours (Banda de sonido)
01 - The Poet Acts 02 - Morning Passages 03 - Something She Has To Do 04 - For Your Own Benefit 05 - Vanessa And The Changelings 06 - I'm Going To Make A Cake 07 - An Unwelcome Friend 08 - Dead Things 09 - The Kiss 10 - Why Does Someone Have To Die? 11 - Tearing Herself Away 12 - Escape! 13 - Choosing Life 14 - The Hours
19 de julio de 2007
Matito dice:
En esta nota no van a leer la historia de Lucía Micarelli, ni datos curiosos ni chismes dignos de programas baratos de media tarde. Solo necesitan, para comprenderla, poner el increíble “Music From A Farther Room”, conseguir una foto de ella (muy bonita, encima) y relajarse. Oírla sin auriculares es someter al medio ambiente a una transformación etérea, apenas palpable, producto del violín que toca Lucía Micarelli. [Si, ella toca el violín.] La conocí por mi primo, arriba o abajo (depende su capricho de editor bloggero) firmando una nota similar, que no sé de donde lo saco, y la verdad poco importa los medios para acceder a ella, mientras se acceda. El tema en cuestión es una versión de Rapsodia Bohemia, tema de Queen, con una introducción de un nostálgico nocturno. Cala el alma, conmueve hasta el oído más adusto. Todavía no me repongo y día a día recurro a esa pista de casi cinco minutos para encontrar ese segundo que me sacude todo. [No solo toca el violín, sino que lo hace descalza.] El disco, pese a ser de una violinista, no es de música clásica, no son conciertos, sino que son versiones. Tal vez las canciones no son muy conocidas, pero eso no importa, cobran vida propia al salir impulsadas por el sonido del increíble instrumento, y las hace definitivas, nuevas, originales. E insisto, emociona. [Y aparte de ser violinista, es bella] Entre todas las pistas que componen “Music From…” destaco uno, “She is like the swallow”, acompañada por la voz de Leigh Nash (a quien ya dedicaremos algunos párrafos más adelante), mujer de cuerdas vocales celestiales que apenas se interpone con lo delicado de la música, la complementa, no desentona en un disco compuesto por instrumentos solamente. [Lucía Micarelli va más allá de la música, la recompone y la devuelve al mundo] ¿Qué importa cuantos años tiene? ¿Qué importa de donde viene? Lucía Micarelli es la música misma que toca, es la emoción y la épica que le falta a muchas otras bandas e interpretes, y es tan única como su nombre, Lucía Micarelli.
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Sísifo dice:
Escuchar el violín de Lucía Micarelli es análogo a entrar en una dimensión desconocida en donde la belleza y las melodías se mezclan y confunden logrando un ambiente distinto, único y maravilloso. Los temas en "Music From A Farther Room" fluyen como una brisa suave alrededor de nostros pero ingresa en nuestro cuerpo con la furia de un huracán. Conmueve hasta lo más profundo del alma. Si bien su estilo no es clásico, aborda ciertos matices de compocicón antigua y hasta incluye una composición para cuarteto de cuerdas de Ravel y una también antigua Aurora.
Bella y única, verla en vivo es más que una hermosa experiencia (aunque sea virtualmente por Internet). Su violín parece ingresar directo al corazón de un alma triste, tocarlo, extraer todos sus sentimientos, y luego mostrarlos al mundo, haciéndonos notar cómo la música reproduce a la perfección los vaivenes de nuestros sentimientos: a veces alegre, a veces triste, su violín fluye entre distintos estados de ánimo que (como un espejo) uno asume cuando lo escucha.
Para destacar un tema (y no repetir de los ya hablados) eligiría Portrait, lleno de magia, con una introducción casi del renacimiento, que luego desemboca en una melodia activa y fluida, con un excelente piano de fondo y siempre con el violín como voz principal.
Una joya socavada de lo profundo, una esmeralda que surge para ser observada: eso es Lucía Micarelli, como también su disco, completo y lleno de luz. Está ahí, para ser escuchado, sólo depende de que nosotros, ávidos de arte, lo tomemos y lo hagamos una parte de nosotros.
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Artista: Lucia Micarelli Album: Music From A Farther Room
Temas:
01 - Smarkand 02 - Oblivion 03 - Meditation From Thais 04 - Portrait 05 - To Love You More 06 - Reflexio 07 - Aurora 08 - Lady Grinning Soul 09 - Ravel String Quartet IN F Major: Assez Vif - Tres Rythme 10 - She Is Like The Swallow 11 - My Funny Valentine 12 - Nocturne/Bohemian Rhapsody
17 de julio de 2007
Este nuevo blog tiene por sentido existencial dar reseñas personales de discos y artistas que nos emocionan, nos gustan o simplemente nos parecen interesantes. La principal característica que englobará a toda la música de la que hablemos, será la poca divulgación y el poco conocimiento de dichos artistas (por lo menos acá en nuestro país).
Espero disfruen este nuevo espacio y escuchen las melodías que señalemos.
Abrazos grandes.
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